nota aclaratoria de Julia Bautista Pérez.
DEL PUEBLO Y PARA EL PUEBLO
Como cada año, todos esperamos
con ilusión la llegada de nuestras fiestas, con todo su contenido, con mas o
menos alegría, pero siempre con ilusión. Pues bien, dos meses antes de una
fecha tan señalada para los bailenenses, el Ayuntamiento nos remite una
invitación por escrito para que escribamos, con tema libre, pero con algunas
limitaciones en cuanto al numero de folios y de fotografías que respetamos al
máximo. Y empiezas a escribir con ilusión, recordando cosas desde que era una
niña hasta ahora, algunas gratificantes, aunque algunas veces los recuerdos te
hacen daño; ya llevo muchos años recordando, concretamente 13 con este, y no es
fácil rebuscar. Son muchas las emociones, las lágrimas y las alegrías que esto
conlleva; porque escribir es reflejar todo aquello que ya existía pero de lo
que nadie habla, y una vez hecho, no te deja indiferente. Pero una vez
ordenadas las ideas, plasmadas en el escrito, buscadas las imágenes que podían
ilustrarlo y entregado al ayuntamiento el 20 de mayo, recibo una noticia que me
desconcierta por completo. Nadie se esperaba que los dirigentes del pueblo, un
mes antes de nuestras fiestas decidieran que en el programa había que reducir
la extensión de los escritos. ¿Cómo dejo en un folio los cuatro escritos
inicialmente? ¿Qué ideas, recuerdos o imágenes dejo fuera? ¿De qué me ha
servido el trabajo realizado para compartir mis recuerdos? ¿Porque no
trasladaron desde un principio la necesidad de ahorrar ahí y comunicaron la
extensión que podía contar? No había otro sitio donde recortar, sino en lo mas
insignificante y, a la vez, tan grande por esperado y edificante, como es
nuestro programa de fiestas; todo el mundo lo ansía con impaciencia, todos
deseamos que salga cuanto antes. Pues bien, nuestros políticos no han pensado
en lo orgullosos que estábamos de tan hermoso programa, admiración de todos los
pueblos de alrededor, y orgullo de nuestro pueblo, pues no había otro igual. Y no se ha tenido en
cuenta que es una obra hecha por personas del pueblo y para el pueblo, con
hechos históricos que entre todos aportamos de él, con respeto y sin duda sin
ningún tipo de carácter político.
Para quien pueda interesar, el titulo de este
año era "El sentir de mi tierra", que ahora el que quiera lo puede
disfrutar gracias al espacio cedido por Paco Antonio.
Julia
Bautista Pérez
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(ANEXO A LIBRO DE FIESTAS 2012)
EL
SENTIR DE MI TIERRA
Hablo
del Bailén de mi tiempo, rescatando de la memoria imágenes que han dibujado mi
día a día. Esas cosas que he visto y sentido, y que, de pronto, renacen eternas
en mi corazón. En las tardes de la juventud, casi de noche, hay un olor azul
que no sabemos si viene de esperanzas o recuerdos.
Recordando
las pequeñas grandes cosas que iluminan nuestra vida hacemos grande una
historia, un paisaje, un querer…
El
mundo ha cambiado, y como no podía ser de otra forma, también nuestro pueblo.
Arrastrar la memoria es arrastrar la vida. Somos conservadores, pero no debemos
olvidar que vivir de lo vivido es como beber agua estancada; ni tampoco que
lozano es lo que fluye, se regenera y cambia. Lo importante es vivir en el
presente sin dejar atrás nuestro pasado.
Fotografía aérea de Bailén, vuelo americano 1956-57 (1)
Siento
que escribir es descubrir cosas que ya existían y de las que nadie habla. Y que
con mis recuerdos cobran vida y forma mis pensamientos. Lo que recuerdo es
nuestro pueblo mucho más reducido, empezando por la ermita de la Limpia y Pura,
como parte del Camino Real por donde pasaban las diligencias y, poco después,
los primeros “coches sin caballos” que creaban expectación en el pueblo, según
me contaba mi padre. Bajando por la calle El Santo llegábamos hasta el Paseo. Calle
Real arriba (alta y baja, como era conocida por los antiguos), alcanzábamos la
Plazoleta del Correo, siguiendo por la llamada antiguamente como calle Falange,
ahora Doctor Fleming, hasta encontrar el Portazgo y terminando en la calle
Madrid, que daba salida a la carretera en dirección a la capital de España.
El
aumento del transporte de mercancías y viajeros hizo necesaria la construcción
de la primera circunvalación por las calles Sevilla y Moredal. En este nuevo
trazado, antes de salir a la carretera general, estaba “La Barra” en la esquina
de la calle Madrid, un establecimiento regentado por Federico Capilla como bar
de comidas y camas, como se les conocía entonces. En el mismo Portazgo se
encontraba la posada de San José, que también tenía espacio para los animales y
carruajes que llevaban los huéspedes como medio de transporte, y desde ahí
hasta el vivero y las palmeras había multitud de ellas, junto a bares y
tabernas como el Trascacho, el Majuelo, el Casino, el Sombrerero o el Imperial.
Cuatro Caminos o el Hostal cerca del Parador Nacional eran algunos de los
hoteles de la ciudad. Si en ese momento recorríamos el pueblo, todo él era
empedrado para facilitar el tránsito de animales y carruajes.
Todo
el mundo se echaba a las calles desde el amanecer para realizar sus ventas, que
no eran pocas. Los cacharreros con sus orzas, lebrillos, macetas para los
rosales y otras más pequeñas para los claveles granates; y también los
cacharros de porcelana, que los encontrábamos en cestas muy grandes. Los
vendedores de miel y meloja que llegaban con sus mulos, con pellejas para la
miel y cántaras para la meloja, que pesaban en las antiguas romanas, tras lo
que la echaban en los recipientes que los propios compradores sacaban de las
casas.
Era
una estampa bonita, con la gran actividad que tenía el pueblo. El ir y venir de
la gente acarreando el agua en cántaros, que portaban apoyados en las caderas,
que traían desde las muchas fuentes que había en Bailén. Agua que se utilizaba
únicamente para beber y las comidas, puesto que para el resto de los quehaceres
cotidianos se sacaba de los pozos que tenían todas las casas por aquellos
entonces. En el caso de la que procedía de la Fuente Agria, que decían que era
medicinal, se cambiaban las botellas llenas por las vacías a diario.
Las
sastras, que era como que se llamaban a las modistas para caballero, iban todos
los días a coser al local de Lorenzo (donde ahora se encuentra Unicaja) y a
otros muchos, como Paquito “el sastre”, el de Marquina o el de Calvillo, debido
a que en aquella época no se vendía nada confeccionado. Todo lo hacían las
modistas o cada uno en su casa, desde la ropa de abrigo a la interior o de
punto. Y las mozas nos hacíamos los ajuares de casamiento, que bordábamos en
los talleres que había. Trabajábamos los encajes de bolillos, hacíamos las mantelerías,
las vainicas o las puntas de festón. Mucha variedad y muchas modalidades de
labores y bordados, que incluso en el colegio de las monjas, ya de mayores, nos
enseñaban.
Por este motivo había muchos comercios de
telas, como Tejidos Jam y otras que se vendían en cestas por las calles, junto
a las puntillas que medían con una vara de madera de medio metro, como las que
traía el conocido popularmente como “Telicas buenas”. Y poco a poco llegó la
confección a tiendas como la de Pérez Regadera, Antonio Martínez, los Sáez,
Rosita Aguilar, Tejidos Marín, Sabiote, Luis García, Tomasito Romero, Alcalá y
Larios. Pero todavía tuvieron que pasar años hasta que se pudo comprar todo
hecho; y aún así, muchas continuamos con la vieja usanza.
Y
así un sinfín de ventas ambulantes, como “Juanico el Tortero”, que iba
pregonando sus tortas todos los días; Aurelia con los barquillos de canela,
¡qué ricos estaban!; el que traía
paloduz en un haz y cortaba los trozos según quería cada uno, o el del cañaduz;
aquel que con su cesta al brazo cambiaba dos tazas de garbanzos crudos por una
de tostados; el de los espárragos; los de las bogas de río, que mi madre ponía
en adobo y a mí me encantaban; los de las ancas de rana; los del picón para el
brasero, que se mezclaba con la piconilla de La Margarina para que durara más
(a cuatro pesetas el saco grande, como consta en la imagen que se adjunta); los
del carbón para las cocinas de barro o de obra, o en las chimeneas con unas
estrébedes y leña; los lecheros a las casas todos los días con sus cántaras y
medidas, recién ordeñada la leche, o los churros al pregón “¡Que van calientes,
que van quemando!”. O los que asaban las castañas llegado el otoño en la
esquina del Paseo, una imagen que todavía existe en muchos pueblos y ciudades,
pero que aquí se ha perdido.
Fábrica de La Margarina
A
los hogares llegaba todos los días el periódico, que costaba dos reales, y para
los animales íbamos a la tienda de Chóscar, en la calle El Puente, a por el trigo,
la cebada, la sémola o el moyuelo de las gallinas. También podíamos comprar
todos los días huevos frescos de las casas; incluso las propias gallinas y
conejos para las comidas.
Mucha
más vida que ahora tenía el mercado, donde podíamos encontrar infinidad de
verduras y hortalizas, cargas de uvas, ciruelas muy pequeñas y dulces del río,
junto con peras y manzanas recién cogidas. De las huertas traían los tomates, o
las naranjas de lima o fuertes, como las conocíamos. Junto al pescado, muy
fresco, y la carne.
Y
los jóvenes nos paseábamos por la calle Real, arriba y abajo. En el Paseo la
gente daba vueltas en dos filas encontradas, cada una hacia un lado. Y por las
calles, además de la actividad comercial, los que iban a misa, los que en
grupo, como en procesión, iban a dar el santolio a algún enfermo, o los
misioneros que desde el amanecer cantaban por las calles, y a los que a su
despedida entonábamos: “Padre misionero, no se vaya usted, que chicos y
grandes, lloran por usted”. Sin olvidar al pregonero, que desde las esquinas
decía: “De orden del señor alcalde, se hace saber…”. Así informaba de todas aquellas
cosas de interés que querían hacer llegar a los vecinos, que por entonces no
tenían apenas radios ni teles. Los primeros aparatos que llegaron los trajo
Serafín Alcalá.
Por
entonces nos encontrábamos estancos como el de Merino en la Plazoleta del
Correo, el de Aurora Calzada en el pasaje Virgen de Zocueca, el de Rosa, en la
Plaza del Ayuntamiento, o el de Morales, en la calle San Antonio. Y farmacias,
desde Blas, Guillén y Suardíaz.
Así,
las calles eran una feria, en el día a día, por el tránsito de sus gentes, como
el niño Pepe, con sus chucherías, como pipas, avellanas y caramelos en puricos
de colores, Paca “la cerecera”, con su carro de chuches en la esquina de la
viuda Serrano durante todo el día, o Carmencilla en el Paseo. También venían
camiones con cobertores, y los vendían en lotes y como si fuera una subasta.
Con especial cariño recuerdo el coche del correo, que paraba en la esquina de
la plazoleta con calle El Puente. Allí mismo vendían los billetes, daba la vuelta
a la plaza y volvía otra vez en dirección a Linares.
Coche del correo
Los
artículos no tenían una vida tan corta como ahora, por lo que se arreglaban desde
paraguas hasta somieres o sartenes y ollas con estaño por las calles o en
ferreterías como la de Pinalla. Todo era un tránsito de gentes, un ir y venir
de tiendas, que eran muchas. Entre ellas, había de calzado de vestir, como la
de Gabriel Sánchez, y para el trabajo, los zapateros se encargaban de hacer las
sandalias y botas del campo, o de poner las tapas y medias-suelas a los zapatos.
También a diario iban por el Casino los limpiabotas, que dejaban el calzado
reluciente, como nuevo.
Otras
eran pequeñas, de alimentación y fruta, donde podías encontrar desde galletas,
especias, legumbres a granel, azúcar y sal en terrones o molidas, todo al peso
y en papel de estraza. Un ejemplo, las del Rumblar o los Rusillicos, la de
Descalzo o la de Manuel Cano, que continúan sus nietas. También en los
Hernández daban al peso las bolas de alcanfor para los armarios. Incluso en las
droguerías, al comprar la colonia o el pintauñas llevábamos los botes que
guardábamos en casa. Recipientes que teníamos que coger también para comprar
agujetas o atún… la carne de membrillo se vendía por trozos, y como esto casi
todo, ya que apenas había nada envasado.
Otro
recuerdo también es el de los que venían con quesos de La Mancha, que se
distinguían por los blusones grises con vuelo que vestían, y que iban de casa
en casa. Otros vendían aceitunas arregladas por la familia. Los higos se
secaban al sol, se hervían en las chimeneas, se escardaban: unos se compraban
enharinados y con otros se hacía el pan de higo, adornado con almendras.
Un
ir y venir de gente que no cesaba al anochecer, puesto que en los cines echaban dos funciones diarias, y
los domingos tres con el matiné. Y es que había muchos cines, como ya recordé
en 2001, en este mismo programa, con “Levantamos el telón del pasado”. Eso sin
olvidar al sereno, que rondaba por las calles durante toda la noche, por lo que
el farol y su chuzo no le faltaban para alumbrar su camino. “Las doce y
sereno”, era lo que decía, tras lo que nos informaba si estaba nublado, raso o
había luna llena.
Otro de los episodios que no podemos olvidar son las
tradicionales matanzas, para la que, los que podían, criaban un cerdo que veía
su fin por San Antón. Así se obtenían productos de los que familias enteras se
abastecían durante todo el año, como los chorizos y morcillas, el tocino, los
jamones y paletillas que salaban en arcones o la carne que se adobaba y se
conservaba en orzas. Capítulo aparte merece la manteca, que se utilizaba para
hacer los mantecados manchegos o del país, o las pastas de Navidad en los
hornos. Locales que también se llenaban de gente que preparaba sus propias
magdalenas, roscos de aguardiente, galletas, hornazos y tortas durante la
Semana Santa. Todo muy natural.
Para los Santos, en las casas hacíamos pestiños, los
gusanillos de caña, las flores de molde de hierro, las torrijas, las torticas
de masa con azúcar y todo aquello que haya dejado atrás mi memoria. Productos
caseros, y es que todo era distinto. Los picatostes para el desayuno y las
migas, que tienen mucho alimento, se hacían casi a diario. Y tantas otras cosas
de las que podía hablar, o que ya he recordado en artículos anteriores.
Tal vez, por el lugar que ocupa la historia de nuestra
tierra, sea necesario realzar nuestras tradiciones y los valores que se
respiran en nuestras calles. El futuro nos tortura y el pasado nos encadena, he
ahí porque se nos escapa el presente.
Es
el símbolo de los tiempos.
JULIA BAUTISTA PÉREZ